Por su ligereza, resistencia y asequibilidad, la piedra artificial decorativa a medida es una de las soluciones más demandadas para el revestimiento de paredes. Su historia, lejos de circunscribirse en la Edad Moderna, está ligada a las primeras edificaciones de la civilización, siendo de hecho anterior a la explotación de la piedra natural.
Tanto es así que la fabricación y uso de adobes, hormigones, morteros y ladrillos se originan en Mesopotamia. Los primitivos constructores recurrieron al ingenio para suplir la escasez de roca natural en esta región del actual Irak, logrando además reducir el coste de sus monumentos (precisamente, el precio es hoy uno de los mayores atractivos de la piedra artificial).
Se estima que los primeros morteros fueron elaborados en Turquía, diez mil años atrás, y que su utilidad para revestir edificaciones era apreciada entonces. Casi tan antiguo es el hormigón más primitivo del que conservamos registros históricos.
El estallido de popularidad de este tipo de roca se produjo hacia el siglo XVII, cuando los revestimientos y frisos de piedra sintética comenzaron a recibir una mayor cantidad de aplicaciones. Así, en los jardines británicos e italianos se extendió la moda de decorarlos con estatuas y figuras de este material.
Pero no sólo en los jardines tuvieron éxito. La famosa puerta de Syon House & Park, en Londres, cuenta con piedra de Coade. Este tipo de cerámica, comercializada hacia el siglo XVIII por Eleanor Coade, se empleó especialmente para decorar fachadas de viviendas y edificios.
Otro ejemplo moderno proviene del inglés John Smeaton, quien desempeñó un rol decisivo en la construcción del faro de Eddystone, en Devon. Para evitar el deterioro que el agua de mar había producido en otras obras similares, Smeaton ideó unas ‘cales hidráulicas’ elaboradas a partir de margas, una roca sedimentaria formada por arcilla y caliza, de gran resistencia.