La Tarta que Detuvo el Tiempo

Ayer fue uno de esos jueves intrascendentes que se estiran hasta el fin de semana. Después del trabajo, quedé con un amigo para tomar algo por el Casco Vello, una rutina sencilla para desconectar. La idea era un par de vinos y unas tapas en la Praza da Constitución, pero el aire fresco nos empujó a buscar refugio en un pequeño local de la Rúa Real, uno de esos sitios con paredes de piedra y luz cálida que te invitan a quedarte.

La noche transcurría sin sobresaltos entre anécdotas y risas, hasta que llegó el momento de pedir la cuenta. Fue entonces cuando la camarera, al retirar los platos, nos lanzó la pregunta con una seguridad desarmante: «¿Habéis probado nuestra tarta de queso?». No soy especialmente devoto de los postres, pero su convicción fue tal que nos sentimos casi obligados a decir que sí. Y bendita obligación.

Lo que llegó a la mesa no era una tarta cualquiera. Tenía un aspecto rústico, imperfecto, con los bordes tostados hasta casi el punto de quemarse y un centro pálido que temblaba ligeramente, insinuando un interior casi líquido. No había base de galleta, ni mermeladas, ni adornos. Era ella, en su pura esencia.

La primera cucharada fue una revelación. Un silencio absoluto se instaló en nuestra mesa. El sabor intenso y ligeramente amargo del exterior quemado daba paso a una cremosidad que nunca antes había experimentado. No era densa ni pesada; era etérea, fundente, casi una mousse tibia con el sabor profundo de un queso gallego de verdad, potente y con el punto justo de sal que equilibraba un dulzor elegantísimo. Cada bocado era una contradicción perfecta: caliente por fuera, templado por dentro; dulce y salado; intenso y delicado.

Olvidamos la conversación, el vino y el resto del mundo. Durante cinco minutos, nuestra existencia se redujo a ese plato. He probado muchas tartas de queso en mi vida, de todo tipo y en muchos lugares, pero la de ayer no jugaba en la misma liga. No era un postre, era una experiencia. Hoy me he levantado con su recuerdo en el paladar, convencido de que ayer, en una callejuela de Vigo, me comí la mejor tarta de queso de mi vida.