Desde la ciudad de Vigo, las Islas Cíes son una presencia constante en el horizonte, una silueta montañosa que custodia la entrada de la ría y que ejerce una atracción casi magnética. Para los viajeros que se proponen visitarlas en un día soleado de finales de agosto, el viaje no empieza al subir al barco, sino días antes, frente a una pantalla. La primera parada es la obligatoria solicitud de autorización a la Xunta de Galicia, un trámite necesario para regular el aforo y proteger el frágil ecosistema de este Parque Nacional. Solo con ese código en mano, pueden comprar el billete del catamarán.
La mañana del viaje, la Estación Marítima de Vigo es un hervidero de actividad. Grupos de amigos y familias, cargados con neveras, sombrillas y mochilas, esperan con impaciencia para embarcar. Una vez a bordo, el barco se aleja del muelle y la ciudad olívica ofrece su mejor panorámica. La travesía, de unos cuarenta minutos, es un espectáculo en sí misma. El catamarán navega por las tranquilas aguas de la ría, dejando atrás el puente de Rande y sorteando las innumerables bateas de mejillón que salpican el paisaje marino.
A medida que se acerca a su destino, la escala de las islas impresiona. Los acantilados escarpados de la cara oeste contrastan con la suavidad de la ladera este, cubierta por un denso pinar. Y entonces, aparece la joya de la corona: la playa de Rodas, un arco de arena blanca y fina bañado por aguas de un color turquesa que parece imposible en el Atlántico. El barco atraca suavemente en el muelle y, al desembarcar, los visitantes sienten que han cruzado un umbral a otro mundo.
El ruido del motor se desvanece y es sustituido por el sonido de las olas y el graznido de las gaviotas. No hay carreteras, ni coches, ni hoteles. La primera impresión es la de una pureza abrumadora. El viaje en barco ha terminado, pero la verdadera exploración acaba de comenzar. Ante los viajeros se abren los senderos que ascienden a los faros, las calas escondidas y la laguna interior. La travesía desde Vigo no es un simple traslado, es el prólogo indispensable para sumergirse en uno de los paraísos naturales mejor conservados de la costa gallega.